Primero fue la ‘inteligencia emocional’ y ahora le toca el turno a la ‘inteligencia sexual’, un término creado por dos psicólogos estadounidenses convencidos de que lograr una vida sexual satisfactoria es algo que se puede aprender, ya que no depende de técnicas amatorias o de dones naturales. En un exitoso libro que explica en qué consiste la inteligencia sexual y presentan un test con 52 preguntas para medir dicho concepto.
No hay que memorizar el Kamasutra, ni tener el físico del conde Lequio ni obsesionarse con la búsqueda del cuerpo perfecto. Disfrutar de una vida sexual satisfactoria no es el producto de dones naturales o del aprendizaje de depuradas técnicas amatorias, sino que depende sobre todo del nivel de inteligencia sexual que demostremos en nuestro comportamiento. Ésta es la tesis de los psicólogos estadounidenses Sheree Conrad y Michael Milburn, quienes han creado el concepto de inteligencia sexual, siguiendo así la estela del estudio sobre inteligencia emocional que convirtió a Daniel Goleman en uno de los autores más vendidos del planeta.
La inteligencia sexual, mantienen Conrad y Milburn, es algo que se puede medir, cuantificar y potenciar. Y para ello han desarrollado un test con 52 preguntas, producto de su detallada investigación sobre la vida sexual de medio millar de personas, recogida en un libro que acaba de publicar en España la editorial Planeta. “La inteligencia sexual significa –según explican los autores–, conocer la verdad sobre nuestros auténticos deseos y la manera en que han sido distorsionados por los mensajes de los medios de comunicación, por experiencias dolorosas del pasado, por las expectativas culturales y por las inhibiciones aprendidas en la familia”.
Conrad y Milburn mantienen que la inteligencia sexual está formada por tres componentes: los conocimientos sexuales, la consciencia de lo que denominan Yo sexual secreto y la capacidad de conexión con otras personas. En cuanto a los conocimientos, la clave está en olvidarse de las películas porno del viernes noche, combatir el silencio familiar de los sábados y poner en solfa los sermones dominicales del cura preconciliar. En efecto, medios de comunicación, familia y religión son tres potentes instituciones dedicadas a crear falsos mitos sobre el sexo que aparecen tremendamente arraigados en nuestra sociedad.
La mayoría de los padres simplemente no hablan con sus hijos sobre sexo, y ello termina provocando desinformación y vergüenza. La religión es culpable de inculcar miedo al sexo mediante una poderosa amenaza para los creyentes: la condena al fuego eterno. No obstante, existe una diferencia muy llamativa entre las religiones que tienen una actitud restrictiva hacia el sexo y las que se muestran más tolerantes. Así, en la investigación de Conrad y Milburn, “las personas que se definieron como protestantes, judías o ateas obtuvieron una puntuación de inteligencia sexual significativamente más alta que los católicos, los protestantes fundamentalistas y los musulmanes”.
Visión distorsionada
Los medios de comunicación, por último, ofrecen una visión distorsionada de la sexualidad que influye de manera negativa en la percepción que las personas tienen de su cuerpo y en sus comportamientos sexuales. En concreto, los autores mencionan cuatro mitos creados por los medios: primero, que todos los demás tienen más relaciones sexuales; segundo, que nuestro cuerpo es defectuoso; tercero, que si uno fuera capaz de conseguir sexo, sería la panacea que resolvería todos los problemas; y cuarto, que si es necesario, el sexo se puede lograr por la fuerza. Estos cuatro mitos, además, están relacionados entre sí: “Las mismas imágenes de los medios que sugieren que todas las demás personas consiguen más sexo que usted ofrecen una respuesta implícita a por qué su vida sexual es menos excitante que la de los personajes que vemos en televisión y en las películas: su cuerpo no está a la altura. Lo cual es mala suerte porque –según lo medios– si usted pudiera conseguirlo, el sexo resolvería todos los problemas”.Los mitos y conocimientos conforman, junto a nuestros impulsos y preferencias, el Yo sexual secreto. Se trata de aplicar el socrático “conócete a ti mismo” a los asuntos de cama, para evitar que las creencias sobre lo que se supone que debe gustarnos puedan encubrir nuestros auténticos deseos. Una vez liberados de los mitos y conscientes de nuestras verdaderas apetencias, para que el sexo sea asunto de dos (o más), se precisa un conjunto de herramientas que constituyen el tercer componente de la inteligencia sexual: “Habilidades sociales o interpersonales, incluida la capacidad de hablar con la pareja sobre la vida sexual, así como la capacidad de comprender el Yo sexual de nuestra pareja”.
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